Ponche caliente y estrellas

Publicado el 20 de noviembre de 2022, 12:22

Los pies se balanceaban recibiendo la brisa del exterior que acariciaba su cuerpo mientras le golpeaba el rostro. Ambas manos sostenían en un reducido abrazo la taza de vidrio que guardaba el ponche de frutas recién calentado. Pequeños sorbos devolvían el sabor a sus labios fríos. El lienzo nocturno se ataviaba con tintes luminosos y deslumbrantes. Los ojos se mantuvieron curiosos en el espectáculo hasta que este se apagó y retiró a descansar. Los sonidos provenientes del interior de la casa aún se escuchaban, al igual que el ruido en las calles, pero con el pasar de los minutos se hicieron más y más lejanos, hasta que lo único que sus sentidos apreciaban era la noche fosca y su silencio reconfortante.

Se preguntaba si en verdad el cielo era distinto en navidad, o era tan sólo una percepción suya proveniente de la imaginación. Desde su asiento era muy sencillo mirarlo y repasar miles de ideas que corrían instantáneas por su mente. La frecuencia de sus parpadeos disminuyó, atendiendo a la invitación que le hacía el esplendor de la extensión en las alturas. Pensó que era curioso cómo al primer vistazo la única luz que las pupilas captan pertenece a la luna, y cuando la vista se detiene, respira y toma un descanso, ante ella saludan fulgentes las compañeras que la adornan, una a una. Ellas lucían más encantadas esa noche. No se apreciaba tanto, pero las nubes paseaban por detrás y a los lados, mirando de reojo sin disimular. El cielo guiñaba sin detenerse. Ya no se miraban sólo como luces. Eran rostros, momentos, eran recuerdos, sentimientos, figuras, melodías e ilusiones. Coloreaban la oscuridad tranquila y se extendían ante la mirada. Sin principio ni final.

El ponche permanecía tibio. Degustaba los suaves trozos de frutas y la dulzura del líquido, ahora su sabor era de ese cielo y estrellas. Sabía como navidades pasadas y esa misma noche repitiéndose, especial y tan cercana.

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