Aire gélido se asoma entre las cortinas de mi ventana y se apodera de toda la habitación. Viaja recorriendo mi piel, acariciándome para apaciguar el calor de mi corazón. Mis manos encuentran consuelo en las mejillas y se mantienen allí hasta que una nueva oleada de viento golpea silenciosa y empuja a refugiarme en la cama.
Mantengo los ojos cerrados y no tengo energía para moverme demasiado, debajo de las sábanas abrazo mi cuerpo. Remuevo un poco mis pies, frotando las calcetas esponjosas y desgastadas. En mi escondite nada cambia, el frío aún me observa y me debilito con su presencia invasora.
Es nochebuena y escucho la melodía del exterior. Puedo sentir las sonrisas, las dibujo en mi mente con colores viejos. Hay un olor jovial y suave que vuela hasta llegar a mí, traspasando las sábanas frías y ásperas que me cubren. En contraste, la calidez vacía en mi interior no me abriga, pero tampoco se escapa. Por mi rostro algo se desliza y me arde, luego se seca y enfría. Las sábanas lo limpian y yo permanezco inmóvil, esperando a que ellas no tengan miedo de abrazarme.
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